Formación y desarrollo de la cultura castreña en el occidente de Asturias

  1. VILLA VALDÉS, ANGEL
Dirigida por:
  1. Miguel Ángel de Blas Cortina Director/a

Universidad de defensa: Universidad de Oviedo

Fecha de defensa: 24 de mayo de 2013

Tribunal:
  1. Germán Delibes de Castro Presidente
  2. Almudena Orejas Saco del Valle Secretario/a
  3. Rosa María Cid López Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 344577 DIALNET lock_openTESEO editor

Resumen

La existencia de recintos fortificados a finales de la Edad del Bronce es un hecho documentado recientemente en Asturias. En realidad, aquellos yacimientos donde la continuidad en la investigación permite explorar superficies con cierta amplitud y abordar, por consiguiente, la datación sistemática de sus estructuras, están proporcionando, sin excepción, testimonios suficientes para proponer la existencia de asentamientos delimitados por cinturones defensivos, de carácter monumental, cuya fundación se remonta, cuando menos, al siglo VIII a.C. Se trata de recintos instalados sobre posiciones topográficas destacadas, que habrán de evolucionar hacia morfologías inequívocamente castreñas durante los siglos posteriores y cuya dispersión sobre los más variados biotopos regionales indica también una relativa generalización territorial desde la rasa costera hasta las tierras altas interiores. Se perfilan así dos características de singular relevancia, la continuidad y la frecuencia de los asentamientos, que establecen diferencias sustanciales respecto a la evolución de los patrones del poblamiento en ámbitos castreños limítrofes. En Asturias, el repertorio de yacimientos asignables al Bronce Final no es muy extenso. En el área centro-oriental, a pesar de contar con dataciones de atribuibles a este periodo y una identidad cultural marcada por la herencia, sino continuidad del Bronce Final Atlántico, han sido encuadrados por sus investigadores en una primera Edad del Hierro. Hacia occidente, por el contrario, se conoce un pequeño pero significativo grupo de yacimientos, en curso de excavación o sondeados con cierta amplitud. *** A comienzos del siglo IV a.C., los rasgos que habrán de caracterizar el paisaje urbano de los poblados fortificados hasta la dominación romana, consumada en el 19 a.C., se muestran con plena madurez. Se constata entonces la renovación de los cinturones defensivos con la instalación de nuevos fosos y la generalización de las murallas de módulos, una modalidad original de estructura compartimentada, por ahora con implantación exclusiva en los castros asturianos. Allí donde han sido excavadas con suficiente extensión, éstas suelen evidenciar, más allá del interés evidente por consolidar una sólida línea defensiva, la expansión moderada pero evidente del perímetro de los recintos como expresión probable de un incremento demográfico. Estas comunidades, de base fundamentalmente campesina, constituyeron grupos cerrados sin marcadas desigualdades sociales cuyos conflictos se salvaron por segmentación y fundación de nuevos asentamientos. En este contexto, las monumentales fortificaciones se revelan como el más expresivo instrumento de autoafirmación frente a las comunidades vecinas, materialización más o menos grandiosa del poder y la cohesión del grupo. Al abrigo de estas fortificaciones, ajustándose fielmente al trazado de fosos y muralla, se desarrolla una trama edificada en la que se advierte una divergencia regional bien caracterizada. Así mientras en el área centro oriental predominan las construcciones de planta circular, fabricadas con materiales perecederos -envarados y cargas de arcilla- sobre zócalos de piedra (Campa Torres, Moriyón, Llagú), hacia occidente se constata el uso recurrente de las pizarras locales sobre plantas en las que, junto a las de traza circular, también menudean otras con paredes rectilíneas aunque remates en esquina de naipe (Monte Castrelo, San Chuis, Chao Samartín, Os Castros). Es precisamente en este último grupo donde algunos edificios se singularizan entre la rutinaria arquitectura doméstica de los castros, entre otras razones, por su destacada posición y originalidad constructiva. Son las grandes cabañas y las denominadas "saunas castreñas", tipologías ambas que participan de la voluntad de monumentalización ya presente en las acrópolis del Bronce Final pero integradas ahora en el tejido urbano de los poblados, sobre el que se proyectan con inequívoco protagonismo escenográfico. Se configuran de esta forma nuevos espacios de carácter comunitario, concebidos para la representación social, en torno a los cuales se desarrollarán probablemente todos aquellos ritos de orden político o religioso que reafirmaban la identidad grupal. Las casas de asamblea y saunas, conforman un espacio urbano de carácter ceremonial, proyección interna de los mecanismos de autoafirmación grupal que animaron la construcción de fosos y murallas colosales, en los que podría advertirse una cierta dualidad cívico-espiritual, como escenarios destacados de los ritos en torno a los que se consolidaba, respectivamente, la cohesión social y religiosa de la comunidad.